UN DECÁLOGO PARA LA DEPORTIVIDAD

PROPUESTA DE EL PAIS DIGITAL, 15 NOVIEMBRE 1998

Un decálogo para la deportividad

Propuestas para el debate sobre un código ético que evite las trampas de los jugadores y haga consciente al mundo del fútbol de su repercusión en la sociedad y en los niños

S. SEGUROLA/J. MIGUÉLEZ , 15.11.98. Madrid


El directivo del Atlético de Madrid Miguel Ángel Gil Marín pidió hace dos semanas a sus jugadores que hiciesen más faltas. El Valladolid empató la semana pasada en Tenerife tras una serie de picardías de los dos equipos después de que un jugador local, Pablo Paz, quedase lesionado en el suelo: ningún jugador quería ser totalmente deportivo, sino sólo un poco; ninguno quería aprovecharse totalmente de la situación, sino sólo algo.

Las polémicas abiertas por estos dos hechos originaron que el sindicato de futbolistas, la AFE, anunciara la elaboración de un código ético (véase EL PAÍS del martes). A preguntas de este periódico, los representantes de la AFE han indicado que el proyecto aún no tiene un texto concreto. Así pues, EL PAÍS ha elaborado un decálogo (véase el cuadro) con ánimo de abrir el debate entre jugadores, entrenadores, árbitros y directivos, todos ellos integrados en un fútbol que cada día se da más a la trampa, con unos deportistas cada vez más alejados del comportamiento de los jugadores ingleses, entre los que es posible el caso del delantero Fowler, del Liverpool, que tras una caída dudosa dentro del área se acercó al árbitro para explicarle enseguida que no le habían hecho penalti. No es lo frecuente. Los campos están demasiado llenos de gestos antiéticos. A continuación se exponen los más repetidos.

• Agresiones fingidas o exageradas. Aún resuena el llamado caso Buyo: Futre llegaba a toda velocidad con el balón controlado y el guardameta del Madrid salió a frenarle; chocaron y se enzarzaron. Llegó enseguida Orejuela para separar y, al instante, Buyo empezó a dar vueltas sobre el césped llevándose las manos a la cara. El árbitro expulsó al jugador rojiblanco. Las cámaras de televisión cazaron la treta de Buyo y el guardameta fue sancionado. Pero no es el único caso. Frecuentemente, los jugadores simulan haber sido agredidos, para buscar la expulsión de un contrario.

La contradicción del área. Los jugadores simulan o exageran sus caídas en cuanto un rival se les aproxima en el interior del área. Un gesto que dificulta el acierto de los colegiados al señalar el lance más decisivo del fútbol: el penalti. En realidad, los que se han empeñado en complicarse la vida son los propios árbitros, que rara vez sancionan la máxima pena si el atacante no va al suelo.

El asunto ha tomado tal cariz que el jugador que no se tira es duramente recriminado por los miembros de su propio equipo. (Robson hizo gestos a Ronaldo de que debía haberse tirado tras recibir dos faltas seguidas dentro del área del Deportivo). Y sucedió también tan sólo hace siete días, en el duelo vasco de máxima rivalidad. Lo revela el árbitro del partido, Prados: "Un jugador de la Real dificultó una incursión de Etxeberria agarrándole y soltándole intermitentemente. El delantero, que pudo mantener la carrera, siguió la jugada y remató. Alberto detuvo el balón. Cuando Etxeberria retrocedió, Urrutia le echó una bronca tremenda por no tirarse". Y Eusebio cuenta: "Hay tipos legales, como Ronaldo, que siempre intentan llegar al final de la jugada y que por esa costumbre de los árbitros de condicionar los penaltis a las caídas suelen salir perjudicados".

Lenguas y manos viperinas. La instantánea de Michel tocándole los testículos a Valderrama sigue fija en la memoria de los aficionados. Si las cámaras no llegan a captar la imagen, el suceso habría pasado inadvertido, como otros muchos que ocurren a diario en los campos de fútbol. En el Calderón, hace ya algunos años, Calderé propinó un puñetazo a Pedraza y fue expulsado. Mucho después se supo que el barcelonista perdió los nervios porque el rojiblanco se había pasado media hora recordándole a su compañero Schuster el desnudo de su esposa en una revista.

La coartada del código. A Songo'o (Deportivo) se le ocurrió denunciar que Hierro le había insultado a propósito del color de su piel y quedó señalado: rompió el código. Rivaldo, cuando jugaba en el equipo de A Coruña, clamó en público por padecer un incidente similar con Simeone, y fue despreciado: rompió el código. A Martín González (Osasuna), por airear que Redondo había prolongado un regate al grito de "come pasto, burro", le costó librarse del cartel de chivato.

La canción es siempre la misma: cuando alguien pregona fuera del campo lo que ocurre dentro de él, y rompe así un código no escrito que supuestamente deben respetar todos los futbolistas, se le desprecia. No se cuestiona al que comete un gesto antideportivo, sino al que lo denuncia. Pero por la opinión de los futbolistas, la cuestión tiene difícil arreglo. "Las cosas del campo se deben arreglar en el campo", insiste Guardiola. "Somos ya grandecitos. Si no podemos arreglarlo en el campo, lo arreglamos en el vestuario. Pero nunca deberíamos dar carnaza a la prensa".

La mano de Dios. Maradona tenía todas las de perder en el salto con Shilton. Por eso acomodó discretamente su mano junto a la cabeza y probó fortuna: gol. Hace dos jornadas, frente al Espanyol, el jugador del Athletic Joseba Etxeberria marcó un tanto similar, pero a ras de suelo. "Son acciones instintivas", se justifican los futbolistas, "igual no las puedes evitar". Pero sí se pueden reconocer.

Obligado perder tiempo. Son leyes inexorables: el número de jugadores lesionados se multiplica en los últimos diez minutos de los partidos, pero sólo se duelen los jugadores del equipo que va ganando; en los cambios, el jugador que va a ser suplido está siempre en el extremo opuesto del campo (si su equipo gana), y camina despacito hasta el vestuario; los guardametas (si llevan ventaja en el marcador) encuentran dificultad para determinar el lugar idóneo del área chica desde donde efectuar los saques de puerta... "Todo esto forma parte de la cultura de nuestro fútbol", entiende Eusebio, "y es ley en todos los equipos. Deberíamos tomar ejemplo de los ingleses: nadie se tira para perder tiempo, y se saca deprisa. Y aquí el que no cumple con las pérdidas de tiempo se lleva bronca del entrenador, de los compañeros y hasta del público".

Las distancias imaginarias. El reglamento prevé la distancia en los lanzamientos de falta entre el balón y el jugador contrario más próximo. Pero nunca se respeta. "Es una realidad imposible de cortar", reconoce el árbitro Prados. " Los jugadores se adelantan aunque les amenaces con tarjeta. Y si cumplimos el reglamento, nos quedamos solos, nos cargamos el partido".

La trampa disfrazada. Últimamente, los jugadores tratan de sacar ventaja hasta de gestos supuestamente deportivos. Es el referido caso del Tenerife-Valladolid (EL PAÍS del martes). "Para lo que estamos haciendo ahora", reconoce Felipe, del Tenerife, "es mejor no devolver la pelota. Cuando un jugador está en el suelo, hay que enviar el balón al sitio más próximo que no entrañe riesgo. Y la devolución debe ser real, no se puede acudir luego a presionar al rival".

La premiada falta táctica. La pericia para saber cómo y cuándo cometer una falta en una zona intrascendente se ha elevado a la categoría de virtud. Y el afilar las botas en los primeros minutos contra determinados jugadores se ha convertido en necesidad. Son mensajes que salen de los banquillos y los despachos -Miguel Ángel Gil, el director general del Atlético- y que generalmente no se critican. "Mucha culpa tiene también el periodismo", dice Felipe. "Es cosa de los entrenadores", matiza Eusebio, "pero tampoco tengo muy claro si se deben evitar. Puede formar parte de la manera de jugar. No lo tengo muy claro. Pero bueno, como poco que al menos no las aplaudamos".

• Campos a la carta. En el norte, cuando juegan los equipos del sur, los terrenos de juego aparecen encharcados aunque no haya llovido; en el sur, cuando juegan los equipos del norte, no se riega el césped ni con una gota. Otro truco: ya no es tan frecuente como en los primeros años de Clemente, o de Maguregui, pero las dimensiones de los campos aumentan o disminuyen de forma misteriosa en función de tal o cual rival. Luis Fernández, la pasada temporada, ordenó estrechar San Mamés un metro por cada lado porque favorecía su sistema.

Consejos al árbitro. Ya les sale de forma espontánea y mecánica. Quien recibe una falta pide sistemáticamente tarjeta para quien la hizo. Y al contrario, el jugador que la cometió siempre levanta las manos en señal de inocencia y recrimina la caída o el dolor al agredido. Ése es uno de los puntos en los que la AFE va a insistir para corregirlo.

Malas caras. El tinerfeñista Felipe, que también cree que ha llegado el momento de invertir la imagen del fútbol, propone añadir un punto al decálogo: "Cuando se produce un cambio, no hay que hacer malos gestos al banquillo ni protestar. Después los niños también lo hacen, les parece que deben hacerlo ellos porque lo hacen los mayores".

"Ya hay un código no escrito", explica Guardiola, del Barcelona; "lo sabemos los jugadores y es parte íntima de nuestra profesión. Todos sabemos que no hay que pisar, pero se pisa; todos sabemos que no hay que pegar, pero se pega. Esto seguirá así porque hay una parte muy importante de pillería en el juego. Por supuesto que me gustaría que el fútbol fuera un deporte limpio, pero me da la impresión de que esto sólo ocurre sobre el papel. Hay que comprender que en el fútbol estamos sometidos a presiones enormes, a exigencias que nos hacen actuar en contra de nuestros principios. Se habla mucho del fútbol inglés como referencia. Pero eso es una cultura muy diferente, tanto de los jugadores como de los espectadores. Los hinchas ingleses están enamorados de sus equipos, sin una mirada crítica. Allí te valoran especialmente el esfuerzo, lo demás les importa menos. En ese ámbito es mucho más fácil actuar con nobleza y naturalidad.".

El vallisoletano Eusebio añade: "Ojalá se aplaudan los comportamientos deportivos por encima de los antideportivos. Por parte de los profesionales tenemos que ser conscientes de que todo lo que hacemos es copiado por los chavales. Ojalá lleguemos al comportamiento de los jugadores ingleses. Podíamos mejorar muchas cosas, pero va un poquito con la forma de ser de cada uno. Los hay más deportivos y ejemplares; ésos nos tienen que servir de guía. Siempre se ha premiado más al jugador que usa la pillería y debería ser al revés. Algunos rondan lo antideportivo y se debería corregir".

El seleccionador, José Antonio Camacho, no ve sencilla la solución: "El fútbol tiene estas cosas. Es muy fácil opinar y decir lo que hay que erradicar. Pero luego, dentro de un campo, el ansia de ganar es incontrolable. Es muy bonito tomar conciencia, pero también habría que rebajar las exigencias. El jugador no puede cambiar si no se transforma todo lo que rodea al fútbol: el periodista, los directivos, la afición. Y eso es imposible. Sí convendría, para que estos gestos nocivos no produjeran contagio en los niños, que los educadores estuvieran muy encima. Los chavales son más imitadores que aspirantes a futbolistas".

El árbitro José Luis Prados García entona un mea culpa de los colegiados: "Deberíamos transmitir más seguridad al futbolista. No alzar la voz para sancionarle, no emplearse con ellos en plan déspota, casi golpeándoles la cara. Hay que pedirles respeto, pero nosotros también deberíamos demostrárselo".

Fútbol melodramático

LUIS GÓMEZ

Es de general aplicación en el fútbol español que cualquier victoria es bienvenida aunque se produzca en el último minuto y de penalti injusto. Bajo esa dialéctica, nuestro fútbol es un campo minado donde han tomado cuerpo ciertas formas de picaresca: el jugador que engaña al árbitro, el que trata de cuestionar a su entrenador aprovechando una racha de malos resultados, el directivo que se siente líder de opinión y quiere levantar a las masas para el partido de la jornada. Nuestro fútbol se acerca más al melodrama que a la fiesta.

El sindicato de futbolistas parece dispuesto a redactar un código deontológico que reclame buena conducta a sus afiliados. Y para ello es necesario que el sindicato tome la iniciativa en la denuncia, desapruebe públicamente algunas conductas cuando se produzcan o solicite de los comités correspondientes las sanciones reglamentarias. Se lo hemos visto hacer a la asociación inglesa de futbolistas, ahora que tomamos como ejemplo de sinceridad al fútbol británico.

Claro está que de esa iniciativa deberíamos participar (al menos reflexionar) los medios de comunicación, que tendemos a no considerarnos culpables de cuanto sucede. La prensa deportiva española gasta en ocasiones más energía en delatar que en analizar, porque se ha acostumbrado a vivir pendiente de cazar culpables y gusta del vocabulario guerrero y tabernario. Descubrimos al jugador descontento con el entrenador, despertamos las flaquezas del presidente propagando sus exabruptos y magnificando sus dispendios, ridiculizamos a los árbitros a fuerza de demostrar, con el auxilio de la tecnología punta, cuánto se equivocan. Tenemos tendencia a usar las estadísticas más para glosar los aspectos negativos que los positivos. No parece del todo claro si esa es una manera de informar o de participar también de la confusión.

Al fútbol español le sobra dramatismo y le falta nobleza. Hay tal exceso de teatralidad en todo cuanto le rodea que se ha terminado por erradicar la sinceridad en el juego. Si nos parece que los italianos se comportan como italianos, si identificamos a los ingleses como ingleses, si comprobamos cómo los holandeses se mantienen fieles a su patrón de juego... qué dirán de los españoles. Posiblemente, que hablamos y gesticulamos demasiado. No deja de ser una forma de entender que, en definitiva, por hacer tanto teatro hemos terminado por perder estilo sobre el terreno de juego.

Trampa contra la propia trampa

J.M , Madrid
Sucedió hace ya varias temporadas, pero sigue enmarcada entre las anécdotas más hermosas contra los enemigos del juego limpio: fue la trampa contra la propia trampa.

Se enfrentaban los filiales del Barcelona y del Madrid, uno de esos duelos que para cada plantilla tiene casi tanto peso como el curso completo. La estrella blanca era Sandro; la azulgrana, Iván de la Peña. Y los entrenadores decidieron emparejarlos sobre el campo con instrucciones muy concretas: "Nada más salir, hazle una entrada; te lo comes". Los dos recibieron la misma sugerencia. Sandro y De la Peña eran grandes amigos y, casi por remordimiento, se contaron las órdenes recibidas. No tardaron en encontrar una solución, una treta con la que esquivar una bronca de sus técnicos sin necesidad de lastimarse: en la primera jugada, simulo que te doy y te tiras aparatosamente; a la siguiente, lo simulamos al revés.

Así lo hicieron, cumplieron con la consigna encomendada, y ya se dedicaron a disfrutar, a jugar, a ofenderse únicamente con la pelota, a retarse con amagos y caños.

También tardará en olvidarse lo que sucedió en el Camp Nou hace un par de temporadas en uno de esos grandes e intensos Barcelona-Atlético: Guardiola y Kiko, tras un lance, se enzarzaron en una caliente discusión, llena de gritos y reproches. Hasta que, de pronto, Guardiola cortó el incidente con un abrazo sincero y emocionante.

 

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