Morir con las botas puestas
Por Javier RODRÍGUEZ TEN
Francisco Silva Valencia era uno de esos árbitros de regional “grises”, de los que abundan (por fortuna, aunque cada vez menos) en los Comités Autonómicos, de los que roban a su familia muchas horas de cariño y presencia para entregar las actas de los partidos del fin de semana, entrenar de vez en cuando, recoger los nombramientos de los encuentros a dirigir, arbitrar varios partidos de ínfimas categorías sábado y domingo (y algún día más, si hacía falta), e incluso para realizar pruebas físicas, pruebas técnicas y asistir a reuniones y cursillos. Francisco fue una de esas personas que supieron sobreponerse a la imposición de los topes de edad para ascender. Es cierto que por sus condiciones físicas (que no por no saber cómo llevar un partido) posiblemente Francisco no hubiera llegado a categorías muy altas… pero la ilusión por poder hacerlo era un acicate muy importante para todos los miembros del colectivo (los más veteranos saben de lo que hablo). Así que siguió con sus desagradecidos partidos de Segunda y Tercera regional, los juveniles, etc., y continuó soportando insultos y vejaciones, sacando adelante la competición que nadie quiere, privando a los suyos de su alegría; a cambio, una mísera compensación (la que puede soportar el fútbol modesto) y tener que soportar los insultos y descalificaciones (si no algo más) de los de siempre. Francisco era una de esas buenas personas con las que tuve la suerte de compartir gratos momentos en el Comité Castellano, la Asociación Madrileña o el Comité Madrileño (bueno, lo cierto es que las tres denominaciones definen el colectivo federado arbitral madrileño en diferentes èpocas). Eran otros tiempos. Eran tiempos en los que en la sede de la calle López de Hoyos, los árbitros compartían anécdotas, vivencias… en fin, la vida. En los que el Comité se cerraba a las diez, o las once, e incluso las doce y la una (como canta Sabina), en interminables partidas de mus o tute celebradas entre amigos, bajo la cansada mirada de Ropero. Eran tiempos en los que el arbitraje era algo más que la pertenencia a un colectivo, era una verdadera forma de vida, donde quien iba a entregar su acta y coger su partido para irse inmediatamente después era mal visto… El cambio de sede primero y mi traslado a Zaragoza después interrumpieron lo que durante algún tiempo fue una buena relación con un buen compañero y una buena persona, al igual que con tantos... Francisco se nos ha ido. Y se nos ha ido arbitrando, lo que es inusual y ha llamado la atención de los medios de comunicación. Seguramente no ingresará en la Orden del Mérito Deportivo, pese a llevar más de veinte años intentando impartir justicia deportiva por los terrenos de juego, ni su caso será objeto de comentario en los telediarios. Ha muerto con las botas puestas, sin hacer excesivo ruido… como siempre fue él. En su Parla, cuna de grandes árbitros. Disfrutando de su gran afición. Antes de verse obligado a colgar el silbato para siempre. Francisco no quería dejar de ser árbitro. Javier Rodríguez Ten
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