La polémica está servida. Horas antes del debut de la
selección española en el Mundial, Jordi Pujol y los independentistas catalanes
expresaron su apoyo a la ley del Deporte, aprobada anteayer por el Parlamento vasco, que
abre la posibilidad de que Euskadi tenga selecciones propias en competiciones
internacionales.
«Es una ley importante», dijo Pujol, mientras el Gobierno anunciaba la posibilidad de
presentar un recurso de inconstitucionalidad. De hecho, ya existe una sentencia del
Tribunal Superior de Justicia de Cataluña que anulaba un decreto de la Generalitat
similar a la iniciativa vasca. El portavoz del Ejecutivo, Miguel Angel Rodríguez, y el
ministro de Administraciones Públicas, Mariano Rajoy, expresaron su oposición al acuerdo
de los partidos nacionalistas vascos pero, sobre todo, centraron sus críticas en el PNV y
EA por haber pactado el proyecto con HB.
No hace falta insistir en que la ley es, por el momento, puramente testimonial, ya que
las organizaciones deportivas internacionales -el Comité Olímpico o la FIFA, por
ejemplo- sólo admiten la presencia en sus competiciones de Estados (salvo la excepción
histórica británica). Los equipos vascos están integrados en las ligas españolas, lo
que también hace inviable o dificulta de forma notable el propósito de los
nacionalistas.
Pero el asunto adquiere una dimensión política que a nadie se le escapa. Los
nacionalistas pretenden, a largo plazo, que el País Vasco y Cataluña tengan sus propias
selecciones, rompiendo con la tradición de casi un siglo de un sólo equipo para todo el
territorio estatal.
Desde luego, no han planteado su reivindicación en el momento más oportuno. Pero
tienen derecho y legitimidad para hacerlo. Lo que no obsta para que sigamos pensando que
la camiseta roja representa a todas y cada una de las comunidades del Estado español,
como lo demuestra el hecho de que hay una decena de vascos y catalanes entre los 22
seleccionados por Clemente. La ausencia de estos jugadores debilitaría indiscutiblemente
al combinado nacional, un argumento pragmático a favor de mantener las cosas como están.