Domingo
25 octubre
1998 - Nº 905

 

 



EL PAIS DIGITAL

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Centramina, optalidón... y un café

Tres ex jugadores, Quino, Pardeza y Víctor Muñoz, hablan de "doping inconsciente" en el fútbol español

LUIS GÓMEZ, Madrid

La práctica del dopaje ha tocado también al mundo del fútbol, que durante muchos decenios se consideró exento de ese problema. El fútbol había vivido al margen de la polémica en una confortable posición: la doctrina oficial vendía un deporte limpio y había logrado catalogar a quienes incurrían en falta en simples casos de desviación. Fue lo que sucedió con Maradona, al que se tachó más como un drogadicto que como un futbolista tramposo. Los dirigentes del fútbol tenían a su favor un argumento bien simple: ¿qué producto puede favorecer un regate, mejorar la técnica, suplantar la habilidad, la intuición? Las investigaciones de la fiscalía de Turín en Italia han puesto de manifiesto que la versión oficial estaba lejos de la realidad y han abierto la puerta a la especulación y a la revisión del pasado. El caso del Twente holandés es un primer paso. Vendrán otros muchos. El código de silencio se ha roto. Pero, ¿y en España? ¿Qué puede haber pasado en España?

Tres ex jugadores, Quino, Víctor Muñoz y Pardeza, que juntos cubren una etapa desde principios de los años 60 hasta la actualidad, se atreven a hablar del asunto. Los tres coinciden en considerar que en España no hubo una práctica generalizada o sistemática.

Centramina

"El fútbol español no ha tenido cultura del dopaje", afirma Pardeza. "Si ha habido dopaje ha sido de forma inconsciente. El jugador tomaba lo que le daban, obedecía, no preguntaba", señala Quino. Los tres reconocen haber visto cosas, oído cosas, acerca de jugadores que se administraban sustancias para mejorar su rendimiento. Las más frecuentes en aquella época eran la centramina, la simpatina y el optalidón de entonces, productos que darían positivo en un control hoy en día. Tanto Quino como Víctor Muñoz establecen una diferencia entre los jugadores españoles y los suramericanos. "Ellos sí tenían mayor conciencia y mayor conocimiento de lo que hacían y de por qué lo hacían". Víctor Muñoz vivió dos años en Italia, incoporado a la Sampdoria, y sí pudo comprobar cómo el fútbol italiano estaba más avanzado que el español en las ayudas a los futbolistas. Los tres, sin embargo, coinciden en una reflexión: la mayor exigencia del fútbol actual, los calendarios tan apretados y la incorporación de médicos procedentes del atletismo y el ciclismo pueden haber importado al fútbol una práctica sistematizada. "Esos médicos ya dominan los límites", dice Víctor.

Quino se hizo profesional a los 18 años. Estuvo en activo entre el año 1963 y el año 1979. Luego llegó a ser el primer presidente del sindicato de futbolistas (AFE). En ningún momento elude la cuestión. Incluso cuando se trata de sí mismo. "Para nosotros la palabra droga era una palabra muy lejana, que asociábamos al mundo de los hippies, a productos como el hachís o el LSD. No teníamos ni idea del asunto, no había controles, la preparación física era muy escasa. En mis tiempos en el Betis empecé a ver que se tenía por costumbre utilizar pastillas de centramina y simpatina antes de partidos importantes o que muchos jugadores tenían el hábito de tomarse dos optalidones y un café cargado para cada partido. Me refiero a los optalidones de aquella época, que creo que tenían una composición más completa que en la actual (aquellos optalidones contenían sustancias estimulantes, como la efedrina y podían crear adicción). ¿No era la centramina lo que utilizaban los estudiantes para preparar los exámenes? Se nos ofrecía y las tomábamos. No pensábamos que hubiera nada malo en ello. Te decían que te iban a sentar bien y que ibas a estar mejor en el partido y tú te lo creías".

Quino confiesa que el suministro de esos estimulantes corría a cargo del entrenador, pero en otras ocasiones de los propios directivos. "Sí, te lo daban, no es que te obligaran a tomártelas, pero te lo decían de tal manera que tampoco veías la forma de negarte". Quino reconoce haber tomado centramina antes de un Sevilla-Betis: "Había estado con gripe casi toda la semana y la verdad es que me sentí mucho mejor". Luego estaba el famoso café del vestuario. "Nos ponían un café o un te muy cargado y todos bebíamos de él. Nos invitaban a beberlo y la verdad es que nunca investigué su contenido". Quino reconoce que los suramericanos tenían otra cultura al respecto, conocían las anfetaminas, tenían menos complejos y algunos utilizaban sus propias pastillas. "Recuerdo un jugador al que se le detectó un problema de corazón y se le recomendó dejar el fútbol y que él contestó que, si no jugaba al fútbol, se moría".

Víctor Muñoz fue un caso atípico. Se hizo profesional a los 19 años en el Zaragoza, en 1975. Pero con 18 ya tenía el título de entrenador juvenil. Tras cinco años en el Zaragoza y siete en el Barça, abandonó Barcelona con el título de profesor de Educación Física. Luego tuvo una experiencia de dos años en Italia y medio año en el fútbol escocés. "Siempre he tenido deformación profesional por todo lo relacionado con la preparación y la alimentación, así que nunca he permitido que me inyectaran nada por vía intravenosa o intramuscular". Víctor coincide con Quino en que el jugador no tenía por costumbre preguntar qué sustancias le administraban. Conoce la propensión a las centraminas y a sustancias más fuertes en el caso de jugadores suramericanos o de aquellos compañeros de vida desordenada. "Había gente que llevaba una vida muy alocada de lunes a jueves y que luego tenía necesidad de recuperarse cara al partido del domingo. Eran ellos mismos los que reclamaban inyecciones de complejos vitamínicos. Tenían hábitos que creaban ciertas necesidades". Para Víctor Muñoz se trataba más bien de casos individuales que de una sistemática generalizada. "En el Zaragoza, por ejemplo, apenas se hacía una analítica al año". Reconoce, sin embargo, haber oído de entrenadores que sí eran proclives a suministrar ciertas sustancias, preferentemente estimulantes.

Maradona

Víctor Muñoz compartió vestuario con Maradona en el Barcelona, donde se atribuye que comenzó su contacto con la cocaína. "Nunca estuve en sus fiestas ni formé parte de su entorno, pero era evidente que no entrenaba como los demás, posiblemente porque no podía entrenar al mismo ritmo. Tenía su propio preparador, sus médicos e iba a su aire". Víctor reconoce un cambio del fútbol español al italiano: "Se le daba más importancia a la recuperación. Allí comencé a ver cómo se inyectaban sueros fisiológicos, sueros glucosados o se administraban complejos vitamínicos por vía intravenosa. También complejos a base de hierro. Se hacía antes de los partidos, pero también el lunes, para permitir una rápida recuperación. Ellos ya comenzaban a darle mucha importancia al médico". Víctor niega haberse inyectado sustancia alguna en Italia. "Me parecía algo artificial y tenga en cuenta que, por entonces, yo ya tenía 32 años y estaba de vuelta de todo".

Pardeza entra de lleno en el fútbol actual. Ha sido profesional hasta el pasado año. Ha vivido en un fútbol más profesional, pero también más sensibilizado, con más conocimiento de la existencia del dopaje, un mundo que ya experimentó la generalización de los controles. "Conscientemente, no creo que haya doping generalizado en el fútbol español. Pongo la mano en el fuego en los equipos en los que he estado (Madrid y Zaragoza). Sé que antes se usaban centraminas y anfetaminas, pero yo no vi nunca nada. Todo lo que viví fue cuando usamos carnitina en el Castilla, pero se trataba de un reconstituyente. Ahora hay mucha más sensibilización. Sí, he oído cosas de otros tiempos, pero eso respondía más a una falta de conocimientos. Lo que sí puedo afirmar es que no se había creado un hábito. Puedo afirmar que en el fútbol no hay una cultura del dopaje".

El fútbol tampoco puede vivir al margen del problema. El silencio se ha roto. Se ha roto para todos.

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