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DEPORTES
Lunes, 19 de julio de 1999


El ruedo ibérico
CARLOS TORO

Dopaje poético


En los próximos meses (en los próximos años, seguramente) darán mucho que hablar. Se trata de unas siglas todavía prácticamente desconocidas por el gran público que cobrarán protagonismo creciente en los medios de comunicación. Tres letras aún misteriosas que se aprietan las unas contra las otras acopiando fuerzas para saltar sobre el mundo y hacerse famosísimas: PFC.

¿Un tren de alta velocidad como el AVE? No. ¿Un partido político como el GIL? No. ¿Un índice económico como el IPC? No. ¿Una estación espacial como la MIR? No. ¿Una organización internacional como la ONU? No. ¿Una cadena radiofónica como la SER? Frío, frío. ¿Una sustancia química como la EPO? Caliente, caliente. Perflorato de carbono. O, como dicen en Francia, perfluoruro. Al parecer, te lo inyectas en el hígado y los glóbulos rojos se disparan y se ponen cachas. Pero las arterias se convierten en tuberías atestadas por las que circula perezosamente, por la que se arrastra una sustancia tan roja y espesa como la lava. Un río tan viscoso y apelmazado como el barro. Un flujo que, colapsado, puede detenerse y echarse a dormir. A morir.

Todavía estamos a vueltas con la EPO y ya los brujos (¿podemos llamarlos genios?) farmacológicos la están jubilando por vieja e ineficaz. ¿Qué hace ese perflorato de carbono? Pues el mismo efecto que la EPO sin exceder el 50% de hematocritos. Los controles antidopaje y los instrumentos para efectuarlos siguen corriendo por detrás de una ciencia perversa que halla en la clandestinidad un estímulo inigualable para nacer y desarrollarse. En la oscuridad el Mal progresa, alimentándose de las nutritivas miasmas que crecen en los sótanos y las alcantarillas.

La EPO empieza a estar muy vista. Y muy desprestigiada, aunque sólo sea por razones estético lingüísticas. Eso de eritroproyetina suena fatal. A medicamento, a complemento del formol o el cloroformo. Huele a hospital. Sugiere una humanidad doliente y necesitada. En cambio, lo de perflorato de carbono suena mitad poético y mitad científico (en el mejor sentido de la palabra). Perflorato. Se diría un ambientador doméstico con olor a rosas o a jazmín. Y luego está el carbono, un metaloide prestigioso asociado al estudio preciso de la Geología y que en su estado puro se presenta como diamante. Ahí es nada. Casi dan ganas de metérselo en vena.

Muchos lo harán porque, además, la novedad, eficaz o no, es atractiva por sí misma. Cuando ustedes lean estas líneas ya se habrán practicado, esta mañana madrugada del lunes, análisis buscando la nueva sustancia. El Tour, al menos hasta hoy, es un cónclave de ángeles después de haber sido el pasado año un aquelarre de demonios. ¿Cuántos de ellos llevarán las alas perfumadas con perflorato de carbono?


http://www.el-mundo.es/diario/1999/07/19/deportes/19N0062.html
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