A PROPÓSITO DE ARMSTRONG Un astuto manipulador con piel de cordero

Ana Muñoz, directora de la Agencia Estatal Antidopaje (AEA), publicó el pasado día 19 un artículo en EL PAIS en el que se pronuncia sobre el último episodio del caso Lance Armstrong.
Dice Muñoz: Para mí no ha sido una confesión en toda regla. Ha sido una muy decepcionante declaración de qué es lo que no quiere hacer y por qué ha contado lo que quería contar. Una declaración, por otra parte, muy medida y calculada que me merece un durísimo juicio. Armstrong tergiversa los hechos en su beneficio y siempre busca la justificación en un tercero. Él no es culpable, es una víctima. Creo que hay bastantes hechos en su declaración que avalan este comportamiento inmoral. Dice que no fue su voluntad, que el cáncer le hizo así. “Antes del cáncer yo era de otra manera, pero luché tanto que lo trasladé al ciclismo y fue un error”. Ese argumento me parece falaz y coloca a millones de personas con cáncer en una aparente situación sin salida, porque él les vendió durante años que el deporte podía ser la salida. Lo que ahora demuestra es que la salida estaba en las drogas, en lo ilegal. Me niego a aceptar que a estos millones de personas que confiaban en él les haya robado la esperanza.
El segundo argumento que utiliza para justificarse es que lo que él tomaba era solo una manera de hacer trampas. Incluso utiliza una definición peculiar: “obtener una ventaja sobre un enemigo”; si todos hacíamos lo mismo no hay enemigo. En definitiva: no hay trampas. Para mí, hacer trampa es una infracción maliciosa de las reglas. Y el hecho de que muchos o pocos lo hagan no lo justifica nunca. Cuando se le pregunta si él dirigía el dopaje en su equipo, responde: “Yo era el líder, pero no el mánager”. O sea, yo soy el admirado, pero no el que decide. Cuando se le pregunta si coaccionó a otros, contesta: “No, porque yo era el líder, el capitán, y a los capitanes se les sigue”. Cuando le preguntan si engañó a otros, responde: “Todos éramos mayores para tomar decisiones”. Nada iba con él.
El último argumento que me parece increíble e indecente es cuando señala que fue tratado injustamente porque no le dieron ni tres días para decírselo a su madre, a su mujer, a su fundación. Tuvo 12 años para hacerlo. Tiene además un concepto de la ley y de los jueces como el de los lobos que acechan su casa. Se presenta como una oveja a la que le acosan los lobos.
Armstrong considera que las drogas que tomaba eran para competir. Porque, al fin y al cabo, considera él, el deporte es solo un espectáculo. No menciona la salud, no cuestiona que el consumo de esta sustancia puede ser precursora del cáncer, quizás de su propio cáncer. Porque donde no admite pregunta ni duda es acerca de si fue cierto que en el hospital, cuando le detectaron el cáncer testicular, admitió haber tomado EPO y testosterona. Porque si lo admitiera su argumento se desmoronaría. Y yo me pregunto: ¿todo eso lo hacía él solo o con ayuda de esos médicos a los que considera buenas personas?; curiosamente, y de nuevo da un argumento falaz, alguno sí falsificó alguna receta, en clara alusión al doctor García del Moral. Y respecto a otros como Ferrari, dice: “No eran monstruos, pero me perjudicó asociarme con ellos”. Nuevas justificaciones de lo injustificable.
Más argumentos falaces e inmorales: Él dice: “Reconozco que he hecho daño, pero todavía no me han perdonado porque han sufrido demasiado”. No se cuestiona que el problema está en él. Utiliza, además, un caso que a mí me parece terrible y patético: ha sido capaz de llamar prostituta, zorra y loca a una persona de su ámbito más cercano, y lo reconoce, pero se recrea varios minutos en advertir que nunca le llamó gorda. Me parece bochornoso. Es ese argumento que se utiliza con quien maltrata a una mujer, pero asegura que la saludaba educadamente cada mañana. Su argumento también es inmoral porque cuando le preguntan por las donaciones a la UCI, antes de contestar pone ya la excusa: “Había cosas oscuras, pero no era mi caso”. Tira la piedra, pero esconde la mano. Por todo esto, creo que ha callado más de lo que ha dicho. Ha seleccionado lo que quería que se conociera. En definitiva, dice lo que le interesa, oculta todo aquello que le puede perjudicar, calcula la verdad que revela y solo espera la redención de un público que piense que es víctima siempre de otros.
Su conclusión final es que todos hacían lo mismo que él, que nadie podía hacer nada distinto, porque es necesario para ganar el Tour. Soberbio, falaz y manipulador.
Ana Muñoz
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