Propuesta de Huelga Nacional de Árbitros de
Fútbol
Por
Ángel Andrés JIMÉNEZ BONILLO
He
visto o dirigido muchos partidos de niños muy pequeños. El reglamento, como en
cualquier tipo de encuentro, determina que la duración de cada periodo debe prolongarse
lo que el árbitro estime oportuno para recuperar el tiempo perdido (por
ejemplo, por atarles los cordones a los jugadores –cosa que suelo hacer
personalmente cuando son muy jóvenes, y con todo el gusto, por cierto–, por
atender a los niños lesionados, etc.).
Los
padres y los técnicos, que son los primeros en mostrar su contrariedad cuando
el árbitro no detiene el juego para interesarse por la salud de los jóvenes
jugadores, suelen ser también los que más protestan luego si el tiempo de
descuento es el que debe ser. Bueno, matizo: protestan sólo si en ese tiempo su
equipo ha encajado un gol, pero no si lo ha marcado.
Digo
esto porque hace muchos años (yo ví in situ aquel partido) un equipo (que hacía
de local) ganó una liga de benjamines con un gol marcado más allá del minuto
diez de descuento (vuelvo a insistir: el árbitro añade lo que considera
oportuno y ese tiempo es tan reglamentario como los primeros minutos). Nadie se
quejó. Nadie les dijo a los jugadores que habían ganado la liga gracias al árbitro
o que éste se había cargado el partido (esto último se dice mucho cuando uno se
siente perjudicado, pero jamás cuando lo benefician).
Sin
embargo, el panorama cambia cuando el gol se encaja (en vez de marcarse) al
final y el partido se empata o pierde. Yo he vivido varias situaciones en las
que me esperaban en la entrada a mi vestuario numerosos padres de jugadores
para (con sus hijos delante) dedicarme mensajes como “te has cargado el partido”,
“siempre tienen que ganar los mismos” (como si a mí me importase mucho si gana
un equipo u otro), “siempre se pita a favor del equipo grande” (¡pero, por
Dios, en un partido de críos!), “eso no se hace”, “no has pitado hasta que han
marcado” o “tú no quieres que te insulten, pero luego mira lo que haces” (esto
lo dicen porque yo muestro, junto a ambos equipos, en todos los partidos una
pancarta en la que se lee “NO AL INSULTO”). Y todo por ser honesto con el cronómetro.
Y, por supuesto, nada habría pasado si hubiese sido su equipo el anotador
(bueno, quizá se habrían quejado los otros).
En
vez de aceptar que a veces en el deporte pasan estas cosas, que se puede ganar
o perder en el último minuto, hay padres que se dedican a hacer creer a sus
hijos que han perdido por culpa del árbitro y a tratar a éste como si él
quisiera que un determinado equipo ganase.
Estas
(y otras bochornosas situaciones) son, desgraciadamente, parte del desastre
moral en el que se ha convertido el fútbol, llevándose casi siempre el árbitro
la peor parte. La gente se olvida de que somos jueces (nadie nos trata con el
respeto que se merece un juez, al contrario de lo que ocurre en el rugby o el
tenis, o en un juicio normal y corriente). Pero es que, además, somos personas.
Y no se pueden decir cosas como “no has pitado hasta que el equipo X ha marcado”,
ya que eso da a entender que el árbitro quiere que ese equipo gane, es decir,
se insinúa (si es que no se proclama abiertamente) su parcialidad. Sin embargo,
yo he visto a jugadores fallar ocasiones clamorosas y nadie ha dicho que querían
que ganase el equipo rival. Pero, claro, con el árbitro todo es más sencillo;
se puede afirmar que no tiene honor y no pasa absolutamente nada. Es
inadmisible (por no hablar del nefasto ejemplo que se les da a los jóvenes, es
decir, a los propios hijos de los que dicen esas barbaridades).
Antes
de la independencia de la India, cuando el pueblo hindú optaba por la violencia
para contestar a ataques británicos, Gandhi se declaraba en huelga de hambre.
Era su forma de mostrar su desacuerdo con ciertas conductas, y también de
invitar a la reflexión, de hacer pensar a su propia gente. De la misma manera,
el fútbol está pidiendo a gritos una huelga general de árbitros (digo “de árbitros”
porque somos siempre los peor tratados y porque dudo mucho que cualquier otro colectivo
pudiera proponer esta medida). Ya sé que esto es casi imposible en las categorías
profesionales, en las que los intereses económicos están muy por encima de la
dimensión educativa del deporte (por ejemplo, se demuestra jornada tras jornada
que vale todo con tal de ganar), pero sí que es posible (y necesario) en las
categorías de base, en las que se supone que la formación es infinitamente más
importante que los marcadores.
La
situación es lamentable (todo el mundo lo sabe, incluidos los dirigentes de las
federaciones y de los comités de árbitros, que suelen mirar para otro lado) y
exige una solución (y no lo digo sólo por los árbitros, sino por la educación
en general); por lo menos, que se vea que hay deseos de que las cosas cambien.
Pero no es así. Lo único que parece interesar es que se jueguen muchos partidos
y que haya el menor número de encuentros suspendidos. Ahora bien, lo del
ejemplo y el respeto ya es otro cantar; un cantar que interesa muy poco, o eso
parece.
La
huelga no la pueden proponer directamente los árbitros (quiero decir los que se
juegan sus posibles ascensos, pues ya se sabe cómo son las cosas: el que se
mueve no sale en la foto), sino que tienen que ser los dirigentes de sus comités
y los de las federaciones quienes lideren el cambio, ese cambio que consiste en
demostrar que el fútbol puede ser un deporte reconocido por el buen ambiente y
los valores. En este sentido, yo creo que la huelga es la mejor forma de
invitar a la reflexión colectiva; y ya se sabe que no hay cambio sin reflexión
previa.
Las
cosas que se ven y se escuchan en los campos de fútbol son vergonzosas, y, por
supuesto, muy perjudiciales para la formación de los jóvenes. He escuchado a
muchísima gente quejándose de ello, pero pasa el tiempo y, como diría Julio
Iglesias, la vida sigue igual; y no se hace nada serio y colectivo para que las
cosas cambien. Nadie sabe cómo meterle mano al asunto ni quiere mojarse, no
vaya a ser que acabe fuera de su despacho. Toda la porquería que se ve en los
campos se considera como normal e inevitable. ¡Qué gran fracaso de todos los
que amamos el balompié!
No
podemos permanecer eternamente de brazos cruzados. Hay que ponerse manos a la
obra. Se lo debemos a las generaciones futuras, a esas generaciones que crecen
soñando con una pelotita y con todo lo que la rodea; todo, lo bueno y lo malo.
Ángel Andrés Jiménez Bonillo, árbitro de
fútbol y Presidente de la Asociación Deporte Sin Insultos.
Noviembre de 2011.
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